Por Waldo González López
Amables ciberlectores, supongo que, apenas lean el título de esta crónica, les gane el común prejuicio que cargan los oriundos de la República Argentina. Pero, por favor, no “pasen la página” y continúen leyendo: les prometo que no se defraudarán.
Ante todo, debo decir que, al contrario de lo que muchos piensan —no obstante, la nada ejemplar conducta cotidiana de los farsantes Kirchner, y sobre todo, Cristina Fernández en su (des)gobierno, quien acaba de ser deshabilitada políticamente—, los argentinos, grosso modo, son gente de valía, hacendosa y con dos rasgos que los emparientan con los nacidos en la Isla: la (auto)suficiencia y el irónico sentido del humor (“Los cubanos son los argentinos del Caribe”, solían decirme mis amigos escritores y dramaturgos rioplatenses de visita en la Isla). Pero ya les explico otras múltiples razones de tal aceptación en lo intelectual y cultural.
Aun antes de 1970, ya graduado en la Escuela Nacional de Teatro, donde laboraban varios profesionales argentinos: profesores, directores y actores, entre ellos, “Los Panelo” —tal llamábamos a la recordada pareja de pedagogos—, ya tenía otras experiencias con la cultura del país, en especial, con su amplia literatura, gracias a las largas jornadas cotidianas de lectura en dos importantes bibliotecas habaneras (que batían el récord histórico entre los lectores, según me confesaran las empleadas del sendas bibliotecas: la Circulante de la Nacional “José Martí” y la “José Antonio Echeverría”, de Casa de las Américas.
De tal suerte, durante mi época de estudiante en la Escuela Nacional de Teatro, tuve acceso, como ratón de biblioteca, a novelas y cuentos, ensayos y poemas de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Julio Cortázar y Juan Gelman. Pero igualmente añado —en esta lista improvisada, y, por ello, sin orden cronológico ni alfabético— no pocos libros de otros singulares nombres, muchas de cuyas obras leí, como los de los ya míticos Roberto Arlt, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Alfonsina Storni, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, Ricardo Piglia, Manuel Mujica Laínez y muchos más que, en amplísimo haz, conforman uno de los más logrados patrimonios literarios de la que llamara José Martí «nuestra América».
A ello, le adjuntaría otra decisiva experiencia, adquirida en mi extensa e intensa labor como periodista cultural que, iniciada con colaboraciones en el diario nacional Juventud Rebelde, en 1973, posteriormente continuaría en Tribuna de La Habana (en cuya edición dominical tuve durante largo tiempo la columna fija de crítica teatral: En primera persona, como homenaje al volumen homónimo de mi profesor, amigo y mayor estudioso cubano de la escena nacional e internacional: Rine Leal).
Asimismo, primero colaboré, y luego laboré en varias revistas nacionales (Bohemia, Mujeres, Muchacha), como también asiduo colaborador de varias especializadas (Conjunto, tablas, Revolución y Cultura…).
Ello me permitiría conocer y entrevistar a importantes dramaturgos, directores y actores —como también poetas y narradores argentinos— que visitaban la Isla, en ocasión de eventos escénicos y literarios, organizados por la propia Casa de las Américas, el Ministerio de Cultura y el Instituto Cubano del Libro.
En consecuencia, cuando regresaban a su país, les hablaban a sus colegas del nuevo amigo cubano, que conocía, amaba y divulgaba la escena rioplatense. Y cuando a su vez, estos eran invitados por tales organismos, llegaban a Cuba, enseguida me llamaban y se repetía la acción.
Como mi afán era conocer aún más esa valiosa dramaturgia (sin duda, entre las mejores de Latinoamérica), yo les pedía sus libros a los autores, con dos propósitos: divulgar sus piezas a través de artículos y reseñas, y ofrecérselas en préstamo a algunos actores-directores para su montaje en alguna sala teatral de la capital.
Fue tan continua y amplia tal faena, que no solo llegué a poseer una envidiable biblioteca de piezas latinoamericanas y, en especial, argentinas, sino que algunas fueron estrenadas en importantes espacios, como en Casa de las Américas, donde el fallecido intérprete de teatro y TV y director Pedro Álvarez, y la entonces joven actriz y directora escénica María Elena Espinosa (residente en España desde décadas atrás), estrenaron sendas piezas de uno de dos relevantes autores del Teatro Realista Contemporáneo, con repercusión del publico conocedor.
Incluso hubo algunos como el fallecido Carlos País, quien había amistado conmigo en una visita anterior, e interesado en un posible montaje en La Habana, desde Argentina me envió el video del montaje de una pieza suya, que entregué a un director cubano.
Otros, como Néstor Sabatini, quien, llegado a La Habana, me llamó y lo puse en contacto con el Premio Casa de las Américas de Teatro y director general de la Sala teatral “Rita Montaner” Gerardo Fulleda León. Por supuesto, tal colaboración se la facilitaba a los colegamigos argentinos, por la calidad de sus obras.
¿POR QUE EL TÍTULO DE ESTA CRÓNICA?
Argentino hasta la muerte es uno de los mejores poemarios del también fallecido poeta y funcionario de la UNESCO César Fernández Moreno, hijo del gran poeta Baldomero Fernández Moreno, de cuya valiosa poesía escribieran estudios y ensayos las más importantes figuras de su tiempo, como Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni (quien lo llamaría “un lírico nacido”), Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada, por solo nombrar a los argentinos, pues su repercusión cruzó las fronteras para devenir un poeta de culto, incluso en otras tierras, como México, según apunté en mi ensayo El Baldomero Fernández Moreno menos conocido que —leído en un evento internacional, realizado años atrás en Cuba, y publicado con otro título en varias revistas latinoamericanas en formato de papel y en blogs de Internet, e incluido en mi libro de ensayos sobre narrativa: Ejercitar el criterio, Col. Ensayos, Editorial Primigenios, Miami, dos ediciones: 2020 y 2021—. En el caso de su hijo César (Buenos Aires, 1919-París, 1985), además de poeta, fue un destacado ensayista que, integrante de la Generación del 40, sin embargo, se identificaría con las posteriores, por su deslavazada poesía, como por su labor como antólogo y teórico de las nuevas corrientes.
Así, con tal giro, el estudioso de la vanguardia poética argentina documentada en su volumen La realidad y los papeles (1967), más de dos décadas atrás (1953) ya había dado a las prensas: Veinte años después, donde ofrecía un giro sustancial al entonces nuevo tipo de poesía: la conversacional, menos preocupada por el aspecto formal y más abierta, tendencia que tuvo en el propio Fernández Moreno, como en el nicaragüense Ernesto Cardenal y en el uruguayo Mario Benedetti sus más altos exponentes.
En esta corriente, César alcanzaría su cumbre en 1963 con la publicación de su ampliamente reconocido poemario Argentino hasta la muerte. Solo casi dos décadas más tarde (1982), da a conocer Sentimientos completos, que reuniría el conjunto de su obra poética hasta esa fecha.
Por otro lado, tras leer durante décadas la mejor narrativa y dramaturgia argentinas, confieso que, entre los primeros, están mis autores de cabecera: Borges, Marechal, Sábato y Cortázar. Entre los dramaturgos, me quedo con los de la Generación de Teatro Abierto ’81 o de postdictadura militar, cuando un amplio grupo de entonces jóvenes, pero talentosos autores lucharon con sus piezas en contragolpe, opuestos a la feroz dictadura militar que ensangrentó al país entre 1976 y 1983. Los iniciadores fueron los reconocidos dramaturgos Carlos Somigliana, Roberto «Tito» Cossa y Carlos Gorostiza, a los que pronto se sumó Osvaldo Dragún y luego otros y otros, hasta que conformaron un amplio y valiente movimiento de afirmación en pro de la libertad y contra la tiranía.
A CÉSAR, LO QUE ES DE CÉSAR [FERNÁNDEZ MORENO]
(Buenos Aires, 1919-París,1985). Poeta y ensayista argentino, representante de la Generación del 40, se identificó con la generación posterior con por su obra creativa y como antólogo/teórico de las nuevas corrientes. Fundador de Fontefriada y las revistas Contrapunto, Correspondencia y Zona.
Crítico de cine en la revista Nosotros, colaborador del diario La Nación y de varias revistas. Cubrió la etapa poética de la Generación del 40 como cronista y escritor; como crítico, situó los núcleos generacionales de la poesía de vanguardia argentina, documentado en La realidad y los papeles (1967).
Su primer libro, Gallo ciego (1940), contó con un famoso prólogo en verso de su aun mas célebre padre, el también poeta Baldomero Fernández Moreno. A esta época también corresponden Romance de Valle Verde (1941), La mano y el seno (1941), El alegre ciprés (1941) y La palma de la mano (1941).
Sin embargo, con la publicación de Veinte años después (1953), César Fernández Moreno dio un giro sustancial, dirigido a un nuevo tipo de poesía, menos preocupada por el brillo formal y abierta a lo que se conociera como conversacional o coloquial, tendencia que asumirían el mismo Fernández Moreno, el nicaragüense Ernesto Cardenal, el uruguayo Mario Benedetti y el Cubano Rafael Alcides, como sus máximos exponentes. En el caso del autor argentino, alcanzaria su cumbre expresiva en 1963 con la publicación de Argentino hasta la muerte. En 1982, Fernández Moreno publicó Sentimientos completos, que reuniría el conjunto de su obra poética hasta esa fecha.
BREVES HOMENAJES
Tales fueron los siguientes textos que, reunidos en la Sección «Cuaderno Argentino» de mi poemario El sepia de la nostalgia (1996), conformaron la breve serie de homenajes a colegamigos poetas y dramaturgos de la patria de Jorge Luis Borges:
Con estos poemas, pues, concluyo mi crónica, ciberlectores:
POESÍA, CORAZÓN
A Berta y Néstor,
a Mimí y Tito: entrañables
No diré el mar y la cosmogonía
ni el sueño de Odiseo, el navegante;
ni la fábula goethiana, acechante,
ni siquiera a Martí, haz de hombradía.
No diré al gran Machado, ni a Pavese,
ni a William Butler Yeats y su Verdad,
como Rainer María, sin edad,
tal Borges, inmortal, que prevalece.
No diré la ilusión de los perversos
que acompaña su rabia y su ambición
en el centro del odio y la mudanza.
Sí diré la nostalgia entre mis versos
que vibran poesía y corazón
con que vivo hermanado en la confianza.
OASIS
Para Ketty Alejandrina Lis
Heme aquí, tras acontecerme, ido,
en pos de mi aventura apasionada,
con el rostro expectante en la alborada,
buscando en el vivir y en lo vivido.
Heme aquí, tras una ilusión que va
hacia el sueño inicial nunca olvidado,
donde busqué el futuro del pasado,
lo que se ha perdido y lo que será.
Heme aquí, tras la vida más intensa,
tenaz, enamorado de la vida,
arribando al oasis de mi empeño…
De pronto me detengo (la voz tensa,
espejismo, mirada ya encendida):
¿hubo un Jardín o fue el Jardín un sueño?
INFERNO
A Carlos Pais y Alfredo Torchelli
Dios prefijó los días y agonías,
sentenció Jorge Luis, noble maestro;
mas ¿no es mejor decir, si bien siniestro,
que impuso la agonía de estos días?
Los gastados espejos de la noche
no reflejan augurios ni destinos;
la desgracia y el odio: los caminos
conducen al abismo del fantoche,
donde miles de locos entre rejas
maldicen y se pegan y padecen
los sueños de esos sueños sin historia.
Entre las crueles Parcas ─esas viejas─,
languidecen los muertos que fenecen
este mundo terrible sin memoria.
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