Por Rigoberto Rosique
Memorias de Doña Eulalia de Borbón, ex-infanta de España, del 1864 al 1931, con Introducción de Alberto Lamar Schweyer, Edición ilustrada, París, 1935, 301 págs., fue escrita por el ghost writer Alberto Lamar. Tal y como queda documentado[1], en el exilio de París, el expresidente de Cuba, Gerardo Machado, amigo de la infanta Eulalia, recomendó a Lamar para que escribiera las Memorias a modo de «escritor a la sombra».
Esta es una breve reseña sobre las Memorias escrita por Lamar a través de los testimonios de Doña Eulalia de Borbón, ex-infanta de España.
Al mismo tiempo que eran publicadas en España, estas Memorias aparecieron en París en junio de 1935. El libro, elegantemente impreso y escrito en un estilo impecable, está expuesto con gran llaneza y sencillez. Estas Memorias[2] son vívidas por ser la Historia misma, pero una historia amena y anecdótica que nos muestra retratos de personajes pintados al vivo, con sus cualidades y sus defectos[3]. Vemos desfilar una época que, para los que la vivieron, posee todos los refinamientos: figuras eminentes de la aristocracia, de las letras y de las ciencias en cuya intimidad penetramos. Ante la evocación de Cortes suntuosas, de fiestas magníficas y de riquezas derrochadas, no se puede menos que pensar en el comienzo de los cuentos infantiles: «Pues, señor, esto era un rey…».
José Miguel Hernández ha señalado en Memorias de la elite. Experiencias femeninas de una aristocracia en decadencia que:
«Las Memorias de Eulalia son un texto mucho más conocido y con pretensiones más amplias que el anterior. La fecha también es significativa, ya que su aparición en 1935 estaba íntimamente conectada con la llegada de la República a España y, lo que es más relevante para ella, la caída de la Monarquía. Aunque las intenciones y el contexto hayan cambiado, sus análisis suenan muy parecidos a algunos previos. En lo que respecta a la elite en torno al Rey, dos aspectos son constantes en sus páginas: la crítica sin cuartel a las inquietudes de la nobleza y la denuncia de la confusión entre crítica hacia la monarquía y republicanismo. La infanta Eulalia, por su gran curiosidad de espíritu, por sus criterios que no seguían la pauta trazada, fue mirada con desconfianza en su propio país y obligada a vivir cada vez más en el extranjero. Su libro Au fil de la vie dio lugar a que, en Palacio, se le atribuyeran ideas antirreligiosas y subversivas y a que la frontera española le fuese cerrada. Por su respeto a las ideas ajenas fue tachada de «republicana»[4]. Esta circunstancia ha hecho de ella una gran viajera que observaba mucho. Trata, sobre todo, del problema español que juzga con imparcialidad y este no es el menor mérito de este libro»[5].
Las Memorias no tienden un velo sobre los errores de la monarquía y, a la par que ensalzan la rectitud y clarividencia de la reina-madre, reconocen la política nefasta de la infanta Isabel y de la camarilla de los cortesanos «llenos de títulos y de escasas dotes» que querían ignorar la evolución del pueblo y persistían en creer que la monarquía absoluta podía subsistir aún: de ahí el inevitable desastre de Cuba. Señalan la actitud de la aristocracia española que se encierra en sus murallas y no quiere, como en el resto de Europa, tener relación con la aristocracia del pensamiento. Alfonso XIII solamente ha estado rodeado de políticos ocupados en mirar pequeños intereses de partido y, al morir la reina-madre, perdió uno de sus consejeros más sinceros[6].
Las Memorias relatan algunos acontecimientos anteriores al nacimiento de Eulalia y el origen de las guerras carlistas: origen que, a pesar de sus consecuencias, no deja de ser divertido: rencores familiares, último decreto de Fernando VII y bofetada a Calomarde. Sabemos cómo, a consecuencia de las revueltas políticas, Isabel II se refugia en París en 1868 y cómo, al buscar España un príncipe extranjero como rey, estalla la guerra del 1870. Alfonso XII es proclamado en 1873 y regresa a España con su madre y sus hermanas. La alegría de estas desaparece al contacto de la rígida etiqueta y en El Escorial, para distraerlas, las personas que las rodean les enseñan el Panteón de los Reyes y, con mayor solicitud, el nicho que les está reservado en el de Infantas[7].
«Eulalia centró sus ataques a la elite alrededor de la Corte en dos aspectos centrales. Por una parte, insistió en la ausencia en el grupo de cualquier tipo de inquietud de carácter intelectual. Su diagnóstico tenía un culpable claro y era el deporte: “de la sociedad religiosa y casi monástica que habíamos tenido con la Regencia, se pasó con fervor igual a la deportiva (…), caímos en los deportes con igual frenesí que habíamos tenido para todo lo demás”. Otra vez acudía la infanta al elemento comparativo para dejar patente el error de los nobles españoles. En Gran Bretaña el deporte era “elegante y a la vez higiénico pero limitado”. En Berlín, aunque se practicaran deportes, se seguía “el pensamiento del mundo”. El principal problema estaba en la medida, no se sabía en España graduar lo que se había convertido en un “frenesí absorbente”: “Lo que en otras cortes era compenetración entre los aristócratas y los que orientaban a la sociedad, era en Madrid distanciamiento, incomprensión mutua y alejamiento»[8].
Al leer el relato de la vida palaciega, tan austera y rígida como la de Viena, donde el aburrimiento es el compañero de las largas ceremonias, y al ver el grupo de las damas de la reina, que es tan poco vistoso, se nota que la etiqueta había sufrido pocas modificaciones desde Felipe IV y que la vida palaciega parece estar inmovilizada desde entonces. Esta vida está regida por el criterio conservador de la infanta Isabel, digna nieta de Fernando VII, durante el reinado de su hermano y más aún durante la minoría de Alfonso XIII, al que educó en la idea de que «un Rey no se equivoca nunca» y que «lo que el rey manda hay que hacerlo». Y, según la autora, de no ser por los consejos de María-Cristina que, con su tacto, dominó en él la «sed de mando», Alfonso XIII no hubiera «sido un monarca liberal, con mentalidad moderna».
Es curioso comparar el concepto en que, no dice la Corte, sino el pueblo, ha tenido a la Infanta Isabel y a la autora. Aquella ha sido, según las Memorias, una mujer muy adicta a una monarquía opuesta a todo liberalismo, muy pagada de sus prerrogativas y nada dispuesta a querer comprender al pueblo. La infanta Eulalia está, por temperamento, más en comunión con los espíritus adelantados y es gran comprensora de las necesidades de su época.
Sin embargo, en España era considerada como un ser extraño dando lugar a leyendas y comentarios; en cambio, «la chata»[9], como la llamaban los madrileños, estaba rodeada del cariño y la veneración populares y, no hace muchos años, no era raro ver a mujeres del pueblo arrodillarse ante la infanta Isabel cuando ésta bajaba de su coche. Los españoles son propensos a mirar con desconfianza todo lo que tiene sabor a extranjería y que, por eso, a pesar de todo lo que han podido hacer algunas princesas extranjeras, no han sido queridas. Y si María-Cristina ha podido mantenerse durante la Regencia es por haber sido muy hábil en política y por la vida tan austera que llevó.
Su atractivo personal no era muy grande y es lo que hizo decir a Alfonso XII al conocerla:
«Lástima que gustándome más la madre me tenga que casar con la hija.»
Al estallar la guerra europea, la prohibición real es levantada, pero la infanta Eulalia prefiere quedarse en París y con entusiasmo cuenta la actitud de toda Francia, donde «nadie esquivó su deber y donde todos trataron de superarse».
Después de justificar a Primo de Rivera, que ha sido víctima del mundo pequeño, decorativo y ambicioso de Palacio y de los que querían ejercer la dictadura por su cuenta, y después de cantar los elogios de Mussolini, la autora termina sus Memorias con la caída de la monarquía y la muerte de la infanta Isabel que, a pesar de estar paralítica y enferma, prefirió refugiarse en Francia a aceptar nada de la República española.
La lectura de estas Memorias es útil porque establece de una manera clara la numerosa familia real española y sus diferentes parentescos con la de Montpensier. Son un continuo desfile de personas muy diversas por su condición social, por sus ideas y por su nacionalidad; y al hablar de ellas y al juzgarlas la autora lo hace con una perfecta ecuanimidad, ya se trate de su país, de un Papa, de un príncipe o de un representante de Lenin, y eso sin tener en cuenta la opinión que el mundo se hizo de estos personajes, muchos de los cuales vivieron esa época. Algunos no estuvieron muy satisfechos de verse juzgados de tal o cual manera, sobre todo entre los españoles.
De este libro pueden sacar provecho no únicamente el lector meramente curioso, sino también el oficio de historiador: en él se relatan los pequeños acontecimientos de la historia que dan la clave de algunos problemas políticos de la época entre guerras.
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[1] Fran Santeiro: The Restless Exile of Gerardo Machado. Ediciones Exodus, 2020
[2] En 1911 Eulalia comenzó una interesante carrera literaria, con la publicación de la obra, Au fil de la vie. Continuó su carrera literaria con toda una serie de obras de carácter más autobiográfico donde aparecen buena parte de los príncipes y aristócratas que había conocido a lo largo de su vida, como Court from within en 1915, Courts and countries after the war, en 1925 y las famosas Memorias de Doña Eulalia de Borbón (1864-1931), en 1935. Posteriormente publicaría la correspondencia que sostuvo con su madre Isabel II durante su viaje a Cuba y Estados Unidos en 1893, Cartas a Isabel II. Mi viaje a Cuba y Estados Unidos en 1893, y un folleto titulado Cabbages and Kings, igualmente en 1949.
[3] La infanta Eulalia de Borbón y Borbón (Madrid 1864 – Irún 1958), hija de la reina Isabel II, se educó desde los cuatro años en Francia. De espíritu viajero y cosmopolita, recorrió las principales cortes de Europa, haciendo amistad con numerosos miembros de la realeza y la aristocracia europeas. Casada con su primo Antonio de Orleáns con el que tuvo dos hijos, protagonizó en 1900 el primer divorcio de la Familia Real española.
[4] Para muchos en España esta palabra no implica idea política alguna: pero es sinónimo de persona dañina y falta de religión y creo que de ahí viene tanta falta de comprensión tanto de las izquierdas como de las derechas. Una madre española me decía últimamente: «Mi hijo ya no hará su Primera Comunión: estamos en República».
[5] Memorias de la elite. Experiencias femeninas de una aristocracia en decadencia, Academia, 2016.
[6] Mantuvo contacto y correspondencia, además de con sus familiares, con buena parte de los reyes y príncipes de Europa: Eduardo VII y la reina Alejandra de Gran Bretaña, el emperador Guillermo II de Alemania, Oscar I de Suecia, Carlos I y María Amelia de Portugal, Jorge I de Grecia, Natalia de Serbia, la reina María de Rumanía, el Príncipe Maximiliano de Baden, el Príncipe Fernando de Bulgaria, el Príncipe Alberto I de Mónaco, el rey Victor Manuel III de Italia, la zarina María Fiodorovna… y con buena parte de los miembros de las familias reales británica, belga, rusa, austriaca, bávara y de otras pequeñas cortes alemanas. También se conserva su correspondencia con numerosos diplomáticos y políticos como Práxades Mateo Sagasta o Francisco Silvela.
[7] Los Cartujos sólo inventaron el «Morir tenemos» y eso para personas mayores de 14 años.
[8] José Miguel Hernández: Memorias de la elite. Experiencias femeninas de una aristocracia en decadencia, Academia, 2016.
[9] Termino popular amistoso que no tiene nada que ver con determinada forma de nariz.