Por Julio Benítez
A Roberto Ruiz Rebo lo conozco desde hace muchas décadas. Sé que publicó un cuaderno de poesía en su ciudad natal. Es compositor y recibió un reconocimiento en un concurso musical de gran respeto en su país. Tiene varios discos y se dedicó a la filmación, entre muchas otras ocupaciones.
Ya con varias décadas, mi viejo amigo publica una novela de más de casi cuatrocientas páginas. En Adriano, el color de la diáspora, ediciones Exodus 2024, aparece el protagonista, un hombre maduro, como el propio autor y quien vive una existencia rica en experiencias de todo tipo que abarcan su accidentado mundo personal. Me ha confesado el novelista que hay mucho de él, aunque no es una autobiografía sino una obra de ficción.
La novela nos lleva por la familia Bernard y con ello la aproximación a Longina, que se convertirá en la obsesión del protagonista. ¿Es una historia de amor? Habría que aclarar el trasfondo social de donde salen ambos. La narración se mueve en largas parrafadas sobre la situación de la isla adonde ambos vinieron al mundo, lo que en ocasiones la convierte en una trama lenta. La referencia reiterada acerca de los problemas económicos, sociales y de falta de libertad son el trasfondo de la obra.
Se describe la vida depauperada de Cuba. Hay momentos en los que se resiente la constante referencia a ese mundo y, para mi gusto, se transforma en pinceladas que suenan periodísticas y se alejan del lenguaje literario que es propio de la ficción narrativa.
Ahora bien, hay también profundas descripciones de la vida en Portland, Oregón, y la ola de violencia que acompañó a la ciudad y a los Estados Unidos a raíz de las protestas por la muerte de un afroamericano a manos de un policía, lo que desató protestas en todo Estados Unidos. Con numeroso tacto, el autor se distancia de la anarquía y los abusos de los extremistas.
Pero entre lo más significativo encontramos la vida en la diáspora, como su título indica. No se refiere Roberto al exilio porque se sitúa lejos del epicentro anticastrista de Miami. Adriano, Longina y su familia perdieron el respeto por el mundo socialista adonde iniciaron sus vidas, pero no son activistas políticos. Sin embargo, y a pesar de que las referencias a la Isla son reales, uno no puede menos que sentir cierta lentitud y repetición en alguna que otra escena.
Un segundo aspecto, y tal vez el más significativo, resulta que Adriano, según el narrador, lleva una vida sexual plena. Ama a Longina, pero se conforma a momentos con su esposa o con otra de las tantas amantes que la obra nos describe.
Porque la radiografía de esta novela nos lleva de la mano con el desfile de mujeres que complementan la vida del protagonista. Y es que, para comentar esta obra, no basta con señalar la multiplicidad de experiencias amorosas sazonadas con las escenas de la patria original y de las muy bellas referencias a los lugares de Portland, sino que se entremezclan con las referencias a la nueva vida de los personajes.
Digamos que la primera esposa de Adriano es una mujer cargada de ambiciones y celos que no se conforma con lo que él puede ofrecerle. La vida del cubano parece toda una pesadilla que la hondureña utiliza para hacer la existencia imposible al protagonista. Se comprende el porqué de la separación.
Longina aparece de principio a fin, cargada de contradicciones y embargada en la relación con su esposo guyanés, que le permitió una vida sin estrecheces luego de un cortejo lleno de delicadezas. Pero la doctora es una mujer no solo agradecida, sino también insatisfecha y poco constante. Una y otra vez engaña a Andrew Bhagwadin con Adriano. Y este, a su vez, es víctima de las inconsistencias de quien debería ser el personaje romántico que nunca llega a tal. Vivió en Guyana y abandonó su puesto médico para dedicarse al hombre con el que se casaría. Pero usa a Adriano más por deseos que por verdaderos sentimientos. A fin de cuentas, para Longina, lo más importante es su propia vida y su profesión. Los otros personajes femeninos se destacan por la seducción mutua, pero es la salvadoreña la que reúne mejores valores espirituales. No es una mujer educada ni profesional, pero sí emprendedora y tiene un aura especial. La Pececita me atrae en todos los sentidos, aunque no deja de ser también algo inconsistente cuando rompe con Adrián y decide mudarse a Italia.
Para terminar el desfile de mujeres, y como último recurso frente a las rupturas una y otra vez con Longina y con la propia Pececita, aparece de forma algo precipitada una cubana que había conocido el protagonista al entrar a los Estados Unidos. Con eso concluye el desfile de féminas muy dueñas de su vida.
Pero hay mucho que aprender de Adriano, el color de la diáspora. El lenguaje variado y las costumbres muchas que ahí se reflejan. Lo latinoamericano se mezcla con lo cubano, recordemos también a la hippie norteamericana. Las descripciones hermosas de los paisajes y situaciones que son tan vívidas y llenas de belleza producen imágenes literarias de inolvidable rasgo junto a los diálogos mayormente plenos de energía. El esfuerzo de Roberto, que logra concatenar la vida del protagonista con otros tantos personajes, también se puede visualizar. No hay que olvidar que es la novela ópera prima de Ruiz Ribo y, sobre todo, refleja un cuadro bien documentado de la vida de los cubanos y latinoamericanos en su nueva vida y que vale la pena leer.