Por Waldo González López
Cuba: País de poca memoria
Libro de Aldo Varoni, periodista italiano.
«El tiempo y la verdad son más poderosos
que el hombre y la mentira»
José Antonio Saco
«La historia es el testigo de los tiempos, la antorcha de la verdad, la vida de la memoria, el maestro de la vida, el mensajero de la antigüedad».
Cicerón
«La historia es la advertencia de lo que está por venir».
Miguel de Cervantes y Saavedra
Publicado en la New York de 1991, por El Fondo para Estudios Cubanos, de la Fund. Nac. Cubano Americana —que auspicia investigaciones, publicaciones y conferencias sobre Cuba y la presencia y el impacto de a comunidad cubana en los EUA—, Cuba: la nación que agoniza, desde su aparición, es un volumen rara avis, pero el inveterado amante de importantes y agotados títulos que soy desde mi distante juventud, logró conseguirlo y, tras leerlo y valorarlo, por su significación, propone su lectura a quienes optan por libros que ahondan en la [ir]realidad impuesta 64 años atrás por el castrismo en la Isla Gulag.
Doctor en Derecho, Luis A. Gómez-Domínguez, estudiaría, además, Ciencias Políticas, Económicas y Sociales en la Universidad de La Habana, y sería profesor de Economía Política y Legislación de Aduanas durante años, en su natal Sagua la Grande, donde ejercería su carrera de abogado y notario público; mas, sobre todo, es otro de los consecuentes luchadores anticomunistas, por cuya invariable actitud sería encarcelado, durante quince años (1964-1979), en las ergástulas estalinistas del tirano Castro.
Relevante autor de varios volúmenes significativos —en los que incluye sus ensayos premiados en eventos realizados en importantes instituciones de Miami, Tallahassee, New York y otras ciudades norteamericanas—, entre los que se encuentra el que ahora me ocupa (galardonado con el Premio Dos Ríos, por un Jurado integrado por tres figuras de la intelectualidad del exilio: Reinaldo Arenas, Rosario Rexach y Alberto Gutierrez de la Solana), como asimismo: Cuba: La crisis de la nación y del Estado y Las ideas y los hombres en la formación del pueblo Cubano, en el que ahora comento, subrayo su personal impronta que cumple el clásico apogtegma de Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon: «Le style c’est l’homme»: «El estilo es el hombre», o para decirlo con el colega español Javier Pérez Royo, tal escribiera, el cinco de noviembre de 1998, en el madrile o diario El País:
El estilo es lo que nos hace ser lo que somos, es la expresión de nuestra individualidad. Es el resultado del ejercicio reiterado de la libertad personal ante las circunstancias independientes de nuestra voluntad en las que hemos tenido que ir definiendo lo que queremos ser. Ese estilo es el retrato. El de verdad. El físico y el psicológico. El retrato biográficamente construido, que refleja no sólo lo que somos, sino lo que hemos llegado a ser.
Justamente, Luis A Gómez-Domínguez resalta por su estilo como brillante ensayista y analista, por el que devendría lúcido pensador y actor a un tiempo, pues no solo escribiría sus ideas, sino que las llevaría a cabo en su larga lucha contra el castrismo.
Otra línea de alta valía lo confirma su quehacer escriturario que —motivación y causa a un tiempo— enriquece su impetuoso quehacer, apoyado en su pensamiento, por cuya vigencia deviene un contemporáneo y, más aun, tan actual que este libro parece concebido apenas semanas o días atrás, tal acontece en la mayoría de los ensayos incluidos en este volumen, rasgo a tener en cuenta por quienes ahora leen mis notas, pues no han olvidado la maldad del régimen que aun deshonra los héroes que combatieron por la libertad de nuestra Patria, desde las centurias XIX y XX, hasta el casi cuarto de siglo de la presente.
Mas, otro rasgo peculiariza este conjunto de fervorosos ensayos que, desde el amor, dedica a su querida Isla, como a su no menos amada esposa y colaboradora:
Al pueblo de Cuba que, harto de sufrimientos, tiene derecho a la paz, a la concordia y al alto nivel de vida y civilización a que está llamado por el espíritu emprendedor de la mayoría de sus hijos
A Consuelo, mi devota esposa, sin cuya ayuda y constante estímulo este libro no hubiera visto la luz.
El destacado periodista y coterráneo Agustín Tamargo —pues era, como yo, de Las Tunas: al nacer fui inscrito en Puerto Padre, «La Villa de los Molinos», donde vivían mis abuelos, tíos y primos, de quienes no olvido memorables jornadas de mi niñez, adolescencia y juventud— subrayaría la invariable modestia y la «indoblegable cubanía de Gómez-Domínguez», del que afirmaría:
Él quiere a Cuba, pero no la quiere mostrenca. Él ama a su tierra, pero la fustiga amorosa y severamente. Él cree en la Libertad y la democracia, pero sabe que esas son palabras que no viven del aire, sino que requieren un suelo propicio, húmedo de conciencia moral, de equilibrio psicológico y de sentido ético para poder perdurar.
No conforme, mi reconocido colega se pregunta y se responde: «[…] ¿qué podemos hacer los cubanos de hoy para evitar este imperdonable levantarse y caer, este comenzar todos los días en cero, que parece ser el desgraciado destino de nuestra tierra?
Y añadía que el ensayista no conocía acaso la respuesta, pero la buscaba, y ese era su virtud principal, pues, a diferencia de otros, no se dejaba arrastrar por el especticismo. Como tampoco permitía que la borrasca seudorrevolucionaria, con sus injusticias, le enturbiara su lúcido pensar, ya que no dejaría que a su corazón lo ganara el odio, ni que nuestra Patria, más que una isla muy bella, que un próspero país de gente inteligente y muy codiciado por los poderes extranjeros, resulta un sueño inconcluso que no ha cristalizado nunca y acaso no cristalizará jamás. Pero que los buenos cubanos tenemos el deber de perseguir hasta el fin de los tiempos.
Asimismo, señalaba que tres grandes desgracias dejaría a Cuba la tiranía castrista: la opresión civil, el presidio político y el destierro físico. Por las tres pasaría Gómez-Domínguez y de ellas, saldría indemne, por poseer: «La inteligencia más lúcida. La conducta más recta. El amor a Cuba, más grande».
Ya en la «Introducción» —sus palabras de agradecimiento al recibir un significativo lauro, por el ensayo inicial que da título al volumen—, observa que
[…] las penas de Cuba se exacerbaron, se multiplicaron al infinito, a partir de 1959; pero no debe haber dudas de que la República venía sangrando desde sus orígenes. […]
Pensaba la gran mayoría […], con ceguera incomprensible, que todo se resolvía con hacer «la revolución», palabra desdichada todavía para muchos milagrosa, a flor de labios siempre; sobre todo, de los huérfanos de ideas; palabra que cuando hoy se invoca, a pesar del desquiciamiento de la Isla, espanta a los cubanos pensadores, que no pueden dejar de ver que los pueblos más avanzados del orbe no han hecho su progreso con la violencia, sino con las ideas creadoras. Abruma, escuece el alma del que quiere a Cuba, notar cómo el método favorito del cubano en la política, es el de la improvisación, la invocación del milagro; como a pesar de su gusto por la política, el cubano, paradójicamente, desdeña, casi que aborrece la cultura política, fiándolo todo al azar o a las intuiciones. La política es una cosa demasiado seria para ser un juego, un entretenimiento, un deporte. La intuición y el deporte políticos nos han traído a Miami, pero no nos llevarán de regreso a Cuba. […] Una sociedad plagada por los oportunistas y por las almas complacientes, no puede aspirar a ser una sociedad civilizada.
Me complace, en particular, la definición «oportunistas» que otorga a numerosos cubanos que, llegados durante las últimas décadas de la Isla Cárcel, donde ¿fueron perseguidos?, al descender a esta tierra de libertad, enseguida revelan su verdadera máscara farsesca, tal bien acusara en el ya lejano octubre de 1935 el agudo periodista Pepín Rivero, quien acusara, en sus clásicas Impresiones, la engañosa condición, no menos «fouchesca» (aludo a la novela Fouché, de Stefan Zweig) del «apolítico […] el hombre que tiene el egoísmo equivocado. Para él la vida pública no existe. Su situación mental, muy parecida al avestruz, se percata de que la vida pública existe cuando ésta ha perturbado y, a veces hasta deshecho, sus negocios y su vida privada».
En otro momento de su ensayo, retrata al mayor canalla de la historia latinoamericana durante el siglo pasado: el maldito tirano, del que ofrece una certera definicion de su malhadada psicología: «rara combinación de malvado y loco».
Igualmente, es relevante su criterio acerca del sátrapa quien, desde 1959, impondr a su falsa Robolución,
que ha destruido nuestra nación. A consecuencia de las grandes alteraciones materiales y sociales que el totalitarismo ha traído a nuestro país, y también como resultado de la interrupción de contactos directos con la Isla, la Cuba de hoy no es ya la Cuba de los primeros exiliados, la Cuba cuya memoria amamos, a pesar de las angustias que trajo la salida forzosa del país. El alma de los pueblos es como el agua de los ríos: cambia, se renueva continuamente, como el ejemplo del devenir heraclitiano.
Y la siguiente verdad es un lacerante axioma, cuya premisa de ningún modo resulta absurda, sino tan real como la vida misma, según se avizora en la sí, muy absurda política de la actual [des]administración de este país que, sin embargo, a millones de cubanos nos acogiera durante décadas:
El día en que las generaciones maduras del exilio desaparezcan […] la orientación de los exiliados quedará en manos de personas jóvenes, formadas aquí, y que por mucho que quieran a la patria de sus mayores, no se sentirán con la identificación espiritual necesaria para retornar a Cuba, o para entender las necesidades y problemas de los cubanos de la Isla.
Más adelante, siempre avizor, advertiría un hecho hoy muy real que preocupa a los cubanos de ambas orillas, al presagiar que la tragedia de Cuba se hace más pavorosa porque los que viven en la Isla solo piensan en abandonarla. No importa cómo ni a dónde ir. Salir de Cuba es el sueño de los que rechazan la tiranía, sobre todo, de los jóvenes, que no encuentran allí porvenir. Por otra parte, el totalitarismo ha creado una gran desconfianza en la capacidad de nuestro pueblo para deshacerse de él. […] El terror imperante en la sociedad cubana, el miedo a las delaciones, la persecución política y la más elemental ausencia de derechos humanos, han hecho perder a muchos cubanos el sentimiento de solidaridad y el amor al suelo nativo.
Otro tópico de acierto sobre el dictador, sería el temprano criterio de Gómez-Domínguez, quien advertiría que «el nacionalismo de Castro, al igual que toda moneda falsa, fue lo que más circuló en los primeros años de la revolución de 1959; ha servido para engañar a toda América Latina y, principalmente, a la izquierda norteamericana».
En otro momento, muy distante de no pocos traidores, ¿cubanos? (que ¡aun hoy en el exilio! defienden la hasta 1959 prestigiosas medicina de la Isla), que, a diferencia de Gómez-Domínguez, quien, ya en 1987, sin prever la trágica situación que desde tiempo atrás acontece en nuestra ahora paupérrima Patria, afirmaría con plena razón:
El hecho de que Cuba tuviese antes de 1959 servicios médicos y dentales en grado superior al de todos los países latinoamericanos, demuestra, sin lugar a dudas, que los comunistas cubanos no han realizado ningún milagro en el campo de la medicina […] En cuanto al suministro de medicinas, la situación de Cuba hoy es realmente trágica. Es la enorme población exiliada la que alivia con el continuo envío de paquetes de medicina a Cuba.
Sobre la superficialidad del cubano en algunos aspectos esenciales, como la política, subrayaría:
El método favorito del cubano en la política, es el de la improvisación, la invocación del milagro; cómo, a pesar de su gusto por la política, el cubano, paradójicamente, desdeña, casi que aborrece la cultura política, fijándolo todo al azar o a las intuiciones. La política es una cosa demasiado seria para ser un juego, un entrenamiento, un deporte. La intuición y el deporte políticos nos han traído a Miami, pero no nos llevarán de regreso a Cuba. […] Una sociedad plagada por los oportunistas y por las almas complacientes, no puede aspirar a ser una sociedad civilizada.
En «De las revoluciones a la pobreza» —ensayo que, publicado en el Diario Las Américas el 17 de enero de 1984, mereciera el Premio Sergio Carbó de Periodismo el propio año—, revela, anticipándose, no pocos desmanes que, desde décadas atrás, signara al régimen de oprobio, al subrayar: «el racionamiento feroz [que] distingue al pueblo de la clase dirigente, que dispone de todo y ocupa las mejores viviendas, viaja ostentamente por el mundo […]»
Y evoca los ¿idiotas útiles?, tal definiera Lenin a quienes, al ofrecer apoyo material y moral a la ideologia totalitaria, tejían la soga con la que serían ahorcados. Hoy tales canallas están en el coro del apaciguamiento, reflexivo antiamericanismo, e idealismo sentimental que trata de inhibir las respuestas necesarias hacia otra ideología que odia la libertad: el Islam radical.
Mas, a seguidas, pregunta al lector: «¿Qué soluciones traen, pues, las revoluciones sociales al mundo moderno?» Y responde con una tácita verdad (ver el caso del actual gobierno de Chile):
Cuando estas revoluciones han acabado con el acervo de riquezas que recibieron al momento del triunfo, la pobreza comienza pronto a acumularse y deviene en hambruna y miseria crónicas; como es hoy el caso de Cuba. ¿Y por qué, sin embargo, el fenómeno revolucionario prende en los países nuevos? El observador sagaz notará que esto se debe a que los conspiradores reclutan a gente joven, pobres o ricos que aman la aventura y a quienes se ofrece todo el poder; mientras una propaganda bien dirigida racionaliza la ambición bastarda con una nueva mística de salvación. Esto es un secreto solo para quien no quiere descubrirlo, y debe ser tenido muy en cuenta por la opinión pública de los Estados Unidos, a la que se pretende engañar para que presione al ejecutivo norteamericano y lo inhiba de asumir sus responsabilidades mundiales.
Y es que, tal asevera en su ponencia «Libertad y planificación» (leída en el Congreso de Filosofía, celebrado en Tallahassee, Florida, 1983 y publicada en la revista El Undoso, el propio año, en Miami): «hay en la condición humana “muchas razones que la razón no comprende”». Asimismo, propone al lector esta suerte de axioma comprobado por quienes padecimos castrismo y socialismo:
La libertad humana, que nadie aprecia bien hasta que no la pierde, desaparece por subordinación a un supuesto bien colectivo, que no es otra cosa, a fin de cuentas, que el bien de los que mandan. El Estado, como un Leviatán, se lo traga todo, y como es insaciable, ante cualquier manifestación de inconformidad de la masa sojuzgada, exige, por boca de sus líderes, nuevos sacrificios; de suerte que los actos de gobierno se convierten en una perpetua venta de esperanzas,
Mas, aun transcribo otro momento del preclaro Gómez-Domínguez, quien fijara el siguiente axioma: «Solo la Libertad, después de la vida, justifica y explica los afanes del hombre a través de las edades. Sin Libertad no hay dignidad humana, el hombre deja de ser lo que es para convertirse en un siervo o en una máquina».
A propósito, entrego el siguiente apunte que devela una más que probada verdad, constatada por los miles de cubanos que arribamos tiempo atrás a Miami, donde residimos y que, por conocer tanto la infamia del castrismo, como este comentarista, al pisar esta tierra de libertad, juramos no regresar jamás. Leamos el siguiente fragmento cuya ironía me hace disfrutarlo aun más:
La legalidad socialista no es para hoy, es para mañana, para dentro de un siglo, para dentro de un milenio quizás, para cuando el hombre haya llegado a ser infinitamente perfecto. ¿Y qué es para el socialismo totalitario un ser infinitamente perfecto? Un bípedo implume que haya llegado a comprender que la libertad que necesitamos es únicamente la necesaria para rechazar cuanto sea contrario a estos supremos designios y a lo que el Partido y el Estado nos manda.
PUBLICACIONES DEL DR. LUIS A. GÓMEZ-OMÍNGUEZ:
José Antonio Saco, visión y perfil, 1948
Tríptico de Martí: Amor, Deber y Libertad, 1948.
La crisis de la democracia, Premio Club de Leones, 1948.
Jose Antonio Saco, nuestro gran olvidado, Premio Bacardí, 1981.
Ideas para la Cuba del mañana, publicado por la Junta Patriótica Cubana, Miami, 1984.
La concepción de la democracia en Jacques Maritain,incluido en Notas y Documentos, Caracas, 1988.
El descubrimiento de América y el Orto de Occidente, 1988.
Juan Bautista Alberdi y su época,1989.
Simón Bolívar, 1989.
José Marti, conferencia impartida en Koubeck Center, Univ. de Miami, 1989.
Alexis de Tocqueville, incluido en Las ideologías contemporáneas, Instituto Jacques Maritain, Miami, 1990.
El Desarrollo del Pensamiento Constitucional Cubano, incluido en Proceso de las ideas políticas en Cuba, Instituto Jacques Maritain, Miami, 1989.
Antonio Maceo, conferencia impartida en Koubeck Center, Univ. de Miami, 1989.
Actualidad de Varela, incluido en Varela en su 81 Centenario, Miami, 1991.
Máximo Gómez, conferencia, Miami, 1991.
Las economías del siglo XX, 1991.
Los derechos individuales en la Constitución de 1940, conferencia, incluida en La Constitución Cubana de 1940, publicada por el Colegio Nacional de Abogados Cubanos en el Exilio, Miami, 1991.
Cuba: La crisis de la nación y del Estado, inédito.
Las ideas y los hombres en la formación del pueblo, inédito.