Por Emeterio Ortiz de Santander
«… esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera
y la realidad distorsiona y parte en dos lenguajes.
fue la que siempre quisimos y faltó».
La foto del invernadero_ Reina María Rodríguez
Uno de los aspectos que constituyen a las culturas como una orden y como una ascesis, es que fuera de ellas, acorde a una diferenciación ética, también ellas crean espacios (lenguajes) alternativos. En Cuba como orden cultural se afirma que este proceso de la orden cultural o la expresión de un lenguaje, se lleva a cabo mediante la una secesión espiritual. Son determinados sujetos espiritualizados los que reconstruyen la imagen de la orilla, según refería Heidegger sobre la imagen del mundo, en el devenir de un nuevo lugar de residencia. Allí se afirma además que no hay otro sentido lógico en cualquier ascesis espiritualizada que obtener una inmunización simbólica cultural. Salir de la corriente de lo establecido y fijar una residencia en los márgenes del río de la orden se convierte en un hecho que, dentro de la cultura cubana actual, se ha vuelto irrevocable y común. Tantas personas en Cuba se bañan hoy en el río de la vida metaforizado por Heráclito, que una sola vez es suficiente para salir de sus aguas santificadas con la fuerza necesaria para evadir la orden y crear la suya propia. Cuando se dice que determinado lenguaje textual ayuda a inmunizar la casa del ser, prueba la tesis de que el hombre dentro de las culturas es un ser para el ejercicio simbólico.
Por tanto, todo intento de crear espacios fuera de los lineamientos del discurso nacional y político en Cuba está reforzado por un sentimiento espiritual y universalista que, al mismo tiempo, sistematizara una regla que puede ser considerado como una campaña contra lo ordinario y lo establecido.
Ya lo había presagiado el poeta y ensayista Hugo Ball, el dadaísta indolente, en su Zur Kritik der deutschen Intelligenz (Para una crítica de la intelectualidad alemana) después de haber escrito el Manifiesto de la velada Dada en 1916: «en Europa falta, como en todas parte del mundo, un contraproyecto de orden superior a las culturas de los nacionalismos y las ideologías artísticas que la representan». Años después, 1927, en Die Flucht aus der Zeit (El vuelo de la hora, Diario) fue directo y dijo: «hoy el hombre aguarda en su poder por un hecho heroico de providencia antigua, que es el posible desplazamiento hacia la improbable. El hombre no necesita ser más un monje, sino un ciudadano, un artista como los acróbatas circenses.
Con estas palabras de Ball, me permito introducirme en el fenómeno «la poética de lo cubano», como si fuera ella una simple envoltura oculta que lleva el monje (el ser espiritualizado) en su interior, para él y la orden que representa. Una poética que carga con el espacio en el que algo va faltando, como bien expresa simbólicamente el verso arriba citado de Reina María Rodríguez, y que viene a corroborar además que todo intento y empeño historiográfico cuya crítica al nacionalismo intelectual cubano arrastrara esa falta, poética con la cual Ball se introdujo en el fenómeno del nacionalismo europeo. Se trata de una poética sobre «la desespiritualización de la cultura como una orden».
En todos los aspectos de la cultura en la que el nacionalismo cubano se ha visto ocupado a lo largo de su historia, se halla la falta de una crítica de la «poética del espacio desespiritualizado» en una proporción inusual. Max Scheler en El puesto del hombre en el cosmos le atribuye a esa falta el hecho de que los hombres no valorar su voluntad como un fenómeno propedéutico en función de colegir una posible «psicología sobre las alturas». Nadie en el mundo y menos en Cuba, por este arrevesado propósito iniciático quiere mirar hacia arriba, al cielo, a descodificar el espacio de las alturas, reflejada en aquella frase con que Martí concluye el célebre ensayo sobre El poema del Niágara, «están todos los hombres de pie sobre la tierra, apretados los labios, desnudo el pecho bravo y vuelto el puño al cielo, demandando a la vida su secreto», absorbido y eliminado aparentemente por el terrenal espacio de la ideología del nacionalismo. Como en la sicología de Mijaíl Barýshnikov, un bailarín único, su arte estuvo luchando durante una vida para solventar una falta, la baja estatura para papeles como Sigfrido, el héroe de El lago de los cisnes. Se trataba de una técnica ideada por Baryshikov dirigida alcanzar la mayor altura para metaforizar y lucir el tamaño del héroe.
Lo que Reina María nos impregna con su dolor a partir de este verso, no son los acostumbrados reacomodos, que por consecuencias absolutas de los espacios diferenciados, se precipitan en un estatus de sobrevivencia, que intenta el paralelismo, disuasivo, de los quehaceres de la cotidianidad humana y buscan identificarse con cierta reparación, de grado virulento, a que ha sido sometida la individualidad humana en espacios restringidos. Por el contrario, lo que vemos oculto detrás de «esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera y la realidad distorsiona y parte en dos lenguajes”, se expresa la necesidad de una nueva y radical ascesis sobre el lenguaje desespiritualizado de la cultura. Se trata de una «poética del espacio en suspensión», que busca en otra parte, fuera de los espacios físicos espiritualizados, ciertas realidades comunes que no llega a cuajar. ¿En qué consiste este espacio poético que se visualiza, según Scheler, en plena suspensión? ¿Cuáles son sus reglas y motivaciones? ¿Por qué eso de la suspensión, si los seres poéticos se hallan sujetos a la tierra por la gravitación? ¿Qué lenguajes les son asignados a estos espacios? ¿A qué puede contribuir el hombre que trata de trasgredir el espacio físico y espiritual mediante un ejercicio escritural lacónicamente?
Desde luego, no me estoy refiriendo a través de estas preguntas a los espacios poéticos que se definen por las diferencias como intente expresar antes, es decir, a determinados lenguajes de la poesía contemporánea que tratan de reeditarse y rescribirse, como propone Jacques Derrida, basados en los goznes de la vida y tapiando los espacios anteriores usados. Por el contrario, a partir de aquí me estoy representando «la altura” no antes considerada en la metafísica de las culturas latinoamericanas. Aquellos espacios que con su respondiente lenguaje los hombres pueden imaginar, parafraseando a Nietzsche, un mundo «para nadie y para todos». Una imposición voluntaria del arte por la onerosa posibilidad del nacimiento de un creador de arte en espacios en que los hombre comunes se hayan separados por los grandes artistas mediante una posición vertical, el primero mirando al segundo desde abajo, como espectadores de un arte del llamado circo de los atrevidos y los funámbulos, o como lo refiere la enigmática canción de Le zeppelín, Stairway to Heaven (Escalera al cielo).
Solo en este sentido el arte debería estar vivo y el artista muerto. La frase, tomada del libro Así habla Zaratustra, implica que miremos de cerca la verticalidad (no la horizontalidad o la espiritualidad universalista) del impulso y la voluntad poética para ascender y asegurar un puesto en el lugar moral, por antonomasia, donde solo caben los «dispuestos poéticos» que se divierten, gozan y se vituperan ejercitando una escritura y reescritura con el fin voluptuoso de conocerse a sí mismo como creadores de hombres simbólicos, a la manera en que Barýshnikov puede elevarse desde su pies. Ahora ya no son los «sujetos«, sino los «dispuestos» los que han de viajar lejos en el espacio o caminar por esa escalera para conseguir el cielo en función de superarse a sí mismo y dejar atrás por completo el arrastre de la metafísica de las ideologías nacionalistas. Esta «poética de la disposición», en la cual el sujeto poético queda abolido, es el lugar, o espacio vertical, que constituye en sí mismo una ascesis para ejercitar la vida desprovista de toda espiritualidad. El materialismo de la desespiritualizado, sugerido por la crítica de Nietzsche, no es más que el espacio de la suspensión.
Lo que tratamos de edificar con esta nueva espacialidad es la erección, como límite imaginario, para separarnos tajantemente de la espiritualización de los espacios reales, porque mediante ellos han entrado a jugar el papel preponderante de las metafísicas y las teleologías que devienen en espacios estrictamente propensos para la elaboración de discursos ideológicos, nacionales y totalitarios.
Por eso, en cierto sentido, existe la verdad, de perogrullo, pero es una verdad a medias primorosa inobjetable: hay motivos más que suficientes y bien fundamentados que se verifican en una supuesta «poética de exilio» que les permite comulga abiertamente -sin correcciones- con los filisteos «espirituales» de una «poética de la diferencia», cuyos preceptos que la forman son anti convencionales y metapoeticos. Estos preceptos han sido motivos esenciales para que dicha poética lleve librando, hace más tres décadas, una batalla estética dentro de la isla. Decir que se ha producido un acatamiento de la «poética de exilio» a la «poética de la diferencia» es incorrecto. Lo que se revela como diferencia es más bien una continuidad, que subyace en ello una corriente oculta, espiritualizada, moviendo la cultura cubana un cuerpo único dentro y fuera de la isla durante un siglos. Para los de acá, los exiliados, que constituye un grupo espiritualizado, inadaptado, que no puede librar una batalla poética desde sí mismo, les es imposible aprovechar el apogeo del «nuevo espacio laico» proporcionado por la postmodernidad, máxime cuando se vive alejado de la geografía del útero poético nacionalista, el cual, desde luego, desconoce por entero la posibilidad poética del «astro ascético insular». Se trata de una poética que corta los hilos invisibles de la espiritualidad.
A falta de esta última visión neo evangélica, que ha sido diseñada en otros lugares por poetas neos renacentistas desespiritualizados (Nietzsche, Rilke, Pessoa), basado en la necesidad no sentimentalista y románticoide del espíritu, se produce el patho por el cual los inadaptados fuera de la isla se han visto obligados -no hay otra vía y forma posible- aceptar el ditirambo de un sujeto poético espiritualizado, que en Cuba ha logrado «ubicarse afuera», en los márgenes residuales del espacio que constituye las áreas proteicas de una poética dominante por el gran invernadero «Palacio de las Convenciones». Lo que se produce como ruptura poética en Cuba, por los llamados neo origenistas, en la década de los 70 y 80 no es una Revolución Espiritual (entiéndase esta en el sentido que Nietzsche le asigna al impulso creativo de un espacio hacia adelante), sino una vuelta atrás, al renacimiento espiritual de lo individual en contraste a una política poética colectivista espiritualizada.
Por estos días nos visita una de la más insigne representante de esa «poética de la diferencia», o «de la renuncia», o, en palabras de Schopenhauer, de la «no- representación» de la realidad cubana revolucionaria»: Reina María Rodríguez es, usando una arriesgada metáfora, como un puente espiritualizado de la poética cubana actual por donde todos simbólicamente caminamos para transgredir las fronteras geográficas entre el útero nacionalista cubano y las afueras del exilio. Ella representa el viejo dilema ascetológico de los poetas que buscan una escritura del cuerpo para refrendar la melancolía y la angustia del sujeto poético espiritualizado. Y esto es, aun cuando es una poética de vanguardia dentro y fuera de Cuba la de Reina María, un estar lejos todavía de la realidad. Restablecer un lenguaje a base de un lenguaje establecido constituye una deconstrucción del discurso poético para desenmascarar, pero no precisamente para crear.
En Cuba existe un objeto poético que pide a gritos su pronta e insoslayable intervención: se trata de la desespiritualización del discurso nacionalista. Los poetas deben estar atentos al mandato moral hoy en Cuba: ¿por qué seguir con el mandato La poesía en lo cubano? Hay que trasgredir este valor espiritual por aquel que se hace evidente: el cuerpo poético de la cultura cubana ha sufrido una transmutación y es que los poetas, los sonadores, como Reina María, sin saberlo no están produciendo un cuerpo escritural, sino objetos que vislumbran la ascesis poética, la materialidad del ser poético hecha realidad.
Marzo, 28, 2013