Escritor del subsuelo

Por: Galán Madruga

Todos llevamos en nuestro interior un rincón desde donde observar el mundo, ocultos tras los túneles del subsuelo. Algunos viven allí permanentemente, mientras que otros salen a explorar ocasionalmente, buscando entender qué falta les embarga en la existencia. Cada habitante de ese mundo subterráneo es un potencial revanchista y resentido, desprovisto de instintos especializados. Esta carencia les hace ineficaces frente a los depredadores culturales, marginándolos e incapacitándolos.

Ante la ausencia de esos instintos naturales, el hombre se ve obligado a racionalizar, con sus propias manos, a convertirse en escritor. Autores como Lorenzo García, Guillermo Rosales y otros han adoptado el monólogo interno del hombre del subsuelo, marcado por el tormento, el resentimiento y la sed de venganza, proyectándolo hacia una suerte de morfología que implica una huida ante el peligro de la existencia.

El escritor del subsuelo no es como un ciervo desprovisto de defensas, adaptado para la huida. En cambio, su introducción al mundo desde ese lugar es una carga, sometiéndolo a una sobrecarga de estímulos no animales. Se enfrenta a una multitud de impresiones sin un propósito definido, que debe dominar con sus manos para plasmarlas por escrito, sin importar la indigencia de su estilo de vida.

El entorno del escritor del subsuelo no es amigable: es una alcantarilla pestilente que no ofrece una distribución de significados accesibles por medio de instintos. En su lugar, presenta un micromundo imprevisible, un campo de sorpresas que solo puede ser comprendido y experimentado mediante la previsión y la providencia intelectual.

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