Los dominantes dominados

Por: Jose Raúl Vidal Franco

Desde que el mundo es mundo siempre ha existido el ignorante e inculto. Siempre ha pululado el ser sin otro propósito en la vida que el de comer, defecar y dormir, los manipulables que siguen la flecha como rebaño sin cuestionarse que los conduce hacia un abismo carente de espíritu, lleno de trivialidades y facilísmos que nada aportan a la persona humana y donde todos repiten a coros ideas y consignas que ni ellos mismos entienden: solo las vociferan. Pero el ignorante de hoy es el peor de todos.

Habiendo tenido acceso a la educación (privilegió de la sociedad moderna), hace gala de su condición de analfabeto e inculto yendo a los extremos que enfatizan a toda voz para qué sirve conocer a Hanlet, de Shakespeare o La Doctrina del Shock, de Naomi Klein. Prefieren el mundo idílico de telenovelas donde el pobre, pobre, pobre, sin esfuerzo y por azar, se convierte en rico, rico, rico. Todos coinciden en que no se han leído un libro en lo que llevan de existencia ni conocen nada más allá de Twitter, Instagram y Facebook.

Fuera de estas plataformas, se resumen a sí mismos diciendo “no tengo cabeza para más nada” o sencillamente, cuando se les pide aprender algo, dicen “no se me pega”. Solo vale cuánto se posea de frivolidad, superficialidad, o ser veleidoso, ligero, inconstante y fútil, hasta alcanzar la meca de lo insustancial e intrascendente en la existencia del ser. Se ha llegado al punto de entrenar al cerebro en la vagancia de acciones a través de teclas en celulares y computadoras sin que ello implique un mínimo de inteligencia. Todo está preconcebido: seleccionar y ejecutar es mejor que pensar o analizar.

Lo que antes era una vergüenza (ser ignorante e inculto), hoy se presume y exhibe como un don o talento en la jerarquía de las relaciones personales y las redes sociales. Es imposible encontrar un argumento de razón que defienda un punto de vista ante la proliferación de ofensas que atacan a la persona humana. Por otra parte, la televisión y la prensa les dicta a estos seres la vida a diario a modo de un oráculo que se autoproclama paladín de la verdad absoluta. Más allá de noticieros y telenovelas no hace falta leer ni comprender el mundo circundante, mucho menos ser culto. Todo está dicho, todo está hecho; sobre todo para una juventud que en su mayoría no estudia, no trabaja, se divierte y no defiende la patria.

Patronio.

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