Nietzsche, sublimación, y genealogía (un proceso no dual)

Por Pedro Díaz Méndez

El concepto de sublimación admite una larga y venerable historia de dificultades en cuanto a definición se refiere. Acaso debido a esa característica, el concepto es más frecuentemente aseverado que explicado. La propia narrativa nietzscheana sobre la sublimación no es una excepción de esa regla. Mas pudiera darse el caso de que el gran filósofo alemán atesore razones contundentes para no ofrecer a sus lectores una definición más precisa de sublimación; así como, de los procesos transformativos que el concepto intenta esclarecer. Como resultado, el concepto de sublimación y sus procesos afines terminan por jugar una variedad de papeles hermenéuticos y estratégicos dentro de la nueva psicología nietzscheana.

Walter Kaufmann le otorgó a Nietzsche el honor de erigirse como el primer pensador que esgrimiría el concepto de sublimación en su aserción moderna. Pero vale la pena apuntar que, Nietzsche emplea el concepto para el servicio de una estrategia explicativa, la cual se desdobla allende el dominio tradicional de lo psicológico. En Humano, demasiado humano, por ejemplo, Nietzsche introduce el término “sublimación” con la finalidad de exhibir los métodos de una nueva “filosofía histórica,” la cual intenta transcender una variedad de dualismos básicos tradicionalmente asociados con la rama “metafísica” de la filosofía. En las primeras secciones de ese texto, bajo el epígrafe de una “Química de los conceptos y las sensaciones,” Nietzsche construye una crítica parecida a la que aplica contra los prejuicios genealógicos de los valores del dualismo tradicional. Según Nietzsche, casi todos los problemas de la filosofía presentan el mismo tipo de cuestionamientos de hace dos mil años: ¿cómo puede algo originarse desde su lado opuesto? La filosofía metafísica ha tratado de superar hasta ahora esa dicotomía a través de la negación de que un valor superior se origine en uno inferior y, dando por sentada la existencia de un valor más elevado, una fuente milagrosa, separada, transcendental e intrínseca que yace en el centro mismo de cada cosa. Nietzsche entonces invoca el concepto de sublimación a fin de sugerir que, ni la acción desinteresada, ni la contemplación enteramente desprendida realmente existe; ambas son únicamente “sublimaciones,” cuyos elementos básicos parecen haberse dispersado para revelarse solamente bajo el prisma de una más esmerada observación. Todo lo que se requiere es una química de la moral de las concepciones religiosas y estéticas. Asimismo, se requiere una química de todas las agitaciones internas derivadas de las relaciones culturales y sociales.

Aquí, Nietzsche utiliza el término “sublimación” refiriéndose más a su variante metodológica que a su análoga psicológica y, anticipa de manera reveladora, el papel exegético de las genealogías cuyas premisas desarrollará en sus estudios posteriores. En respuesta a los prejuicios tradicionales que favorecen la existencia de una “fuente milagrosa” que explica nuestros más elevados valores, Nietzsche introduce un nuevo método—sublimación— que será tropológicamente aplicado a la “química” de la cultura por medio de un rol hermenéutico, el cual es estructuralmente paralelo con el discurso explicativo de la química experimental. En química la sublimación es un proceso transformativo en el cual un sólido pudiera pasar directamente a estado gaseoso sin necesidad de transitar a través del estado líquido. Nietzsche argumenta, por analogía, que la estructura hermenéutica de la sublimación cultural e histórica puede también revelar cómo los aparentes distintivos valores de lo “lo elevado” y “ lo inferior” no son más que fases diferentes de un único proceso transformativo que parte de la misma substancia natural y origen.

La primera aplicación metafórica que realiza Nietzsche del concepto de sublimación aparece en su volumen Humano, demasiado humano. Ésta, sería probablemente mejor comprendida en términos de lo que podríamos llamar “concepto de puente” hermenéutico. Nuestra fe en los prejuicios genealógicos del dualismo de los valores ha creado un abismo ontológico entre nuestros valores elevados y el mundo natural. El concepto de sublimación, según Nietzsche, ejemplifica un nuevo método exegético que intenta construir un puente para borrar ese abismo al introducir una narrativa razonable que explica cómo lo “elevado” puede originar en lo “inferior.” Este modelo filosófico llamado “sublimación” revela las escondidas continuidades históricas, culturales y psicológicas que enlazan los pares de valores tradicionalmente considerados distintos y necesariamente opuestos por la corriente filosófica dualista. Una vez liberados de esos prejuicios genealógicos, Nietzsche entonces sugiere que podemos comenzar a entender el abismo ontológico que una vez separó los valores de “lo elevado” y lo inferior” en términos de un nuevo continuum experimental de varios grados o niveles de refinamiento y regresiones de auto-interés humano, cuyos orígenes están firmemente enraizados en lo natural, histórico y en un mundo demasiado humano, no espiritual ni fantástico.

En sus postreras obras, Nietzsche expone varias discusiones sobre el método de la sublimación y, los procesos afines a la misma, cuya estética comienza a tomar una dimensión más reconocible y psicológica en contraste con su previo discurso metafórico. En particular, su narrativa de la sublimación se comienza a enfocar más estrechamente sobre las varias vías en que la redirección y refinamiento de los impulsos básicos del animal humano (específicamente los impulsos sexuales y agresivos) ofrecen una narrativa acertada del origen de nuestros valores más elevados— acaso incluso del origen de la cultura misma.

Nietzsche, sin embargo, no provee muchos detalles sobre cómo una narrativa puramente psicológica de la sublimación pudiera funcionar. Pero quizás sea injusto de nuestra parte exigirle que lo haga. Al menos, una razón que explica por qué el uso del concepto de sublimación pudiera esbozar el imperativo de una definición psicológica es que el concepto parece servir, aún en sus trabajos tardíos, la misma exegética básica de la función “química-puente” que introdujo Nietzsche inicialmente a través de la metáfora químico-estructural. Esto es, incluso en sus últimos trabajos, la narrativa especulativa nietzscheana de varios “actos” de sublimación aún parece proceder de la función primaria de cerrar los abismos ontológicos del dualismo tradicional al ofrecerle a sus lectores un razonable y, ahora más psicodinámico método de refinamiento de los impulsos primarios, lo cual revela cómo los valores transcendentes o “elevados” emergen de lo que tradicionalmente parecía un algo distinto y opuesto: el instinto natural del animal humano.

No queda claro si la narrativa de sublimación que Nietzsche introduce para explicar este proceso general transformativo debe ser definida en términos de un mecanismo psicológico discreto e identificable. Esto es, en su función hermenéutica dentro de la crítica general de los prejuicios genealógicos del dualismo de valores. Luego, uno se pudiera preguntar si la narrativa nietzscheana de la sublimación tiene que existir en el sentido literal de la palabra para satisfacer su función genealógica básica. El concepto de sublimación parece funcionar en términos de hito hermenéutico y conveniente para lo que pudiera ser una variada gama de transformaciones psicológicas, mecanismos propulsores, e identificaciones y participaciones de instituciones sociales, cuyas interacciones colectivas son simplemente muy difíciles de definir. El concepto de sublimación, en su sentido metafórico, pudiera ser comprendido en correlación con su verdad psicológica de la misma manera que la más amplia narrativa genealógica se puede entender en relación con su verdad histórica. En cada caso, esta narrativa estratégicamente especulativa intenta crear un espacio racional conceptual para la posibilidad, más que para la esclarecedora probabilidad de un complejo proceso transformacional psicológico e histórico que pudiera servir para mostrar la metamorfosis de lo natural, desde el aspecto más “burdo” hasta el más “sofisticado” de vida humana como parte de un proceso no dual.

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