«Ivanovo Detstvo» (La infancia de Iván)

Por: Rafael Piñeiro López

Ivanovo Detstvo (La infancia de Iván) fue una pieza diferente en los parajes de la más productiva (en términos cualitativos) década de la cinematografía soviética (1955 – 1965). Y ello se debía a que Andrei Tarkovsky era un esteta. Es decir, privilegiaba sobre cualquier otra cosa, a diferencia de un Mikhail Kalatozov o de un Grigoriy Chukhray, la intención poética. De allí el desbalance de Ivanovo Detstvo, de allí el desequilibrio expositivo.

Los paisajes devastados de la Rusia en guerra son el noema de esta pieza. Tan grande es el desvelo de Tarkovsky por la armonía de las imágenes, que se enreda en lo más básico de la historia, contaminándola con esa carga onírica que acarrea intrascendencia y vacuidad al relato.

Ivanovo Detstvo (1962) es una cinta compleja y sinuosa que prefiere exhibir las mieles de la belleza antes que una lectura racional de lo que cuenta. Es en ese sentido todo un logro. Y por ello también es pretenciosa y frágil. Es una pieza de metatranca visual. Lo que Tarkovsky trata de narrar no es el holocausto de una niñez perdida y al mismo tiempo redimida. Lo que Tarkovsky intenta, es esbozar que la tristeza existe, pero que no puede imponerse al voluntarismo patriótico de los hombres.

El mensaje, muy a tono con las indicaciones partidistas de la posguerra, se enmascara tras un estilo inédito que traspasa los márgenes de la escuela realista rusa. Y allí reside el mérito conceptual del filme, en no parecerse a otros, en distanciarse, en su ilusión estética, del resto de la manada orgánica.

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