Escritura exiliada. El circense de la «escritura del hambre».

Lorenzo García Vega ha reescrito a Witold Gombrowicz; Gombrowicz ha reescrito a Arthur Copenhague; Copenhague ha reescrito la vida de un Siddhartha el Buda. Pero la escritura de El oficio de perder puede leerse también como la anti-metafísica del programa kafkiano del «artista del hambre»: escribir constituye el oficio de privarse e inhibirse de todo alimento solido que nutra la identidad y la tradición. Con Lorenzo Vega entramos en la literatura de un exiliado memorialista que hace de la acrobacia del hambre un escritor.

Cabe aquí la sentencia de Kafka al programa lorenciano del oficio de perder: «El camino verdadero vas sobre un alambre que no está tensado en lo alto, sino casi pegado al suelo. Más que para caminar por él, parece estar destinado a hacer tropezar».

Cada paso por la vida sería la trampa para tropezar y caer. Este deslinde sobre la literatura convencional trae aparejado una forma de “escritura de ayuno” que por el carácter de soledad se exilia del mundo. Lo que pare él es Playa Albina, para Kafka sería un escenario de «artistas de variedades».

El espectáculo del escritor del hambre, que ayuna para limpiarse de la ingesta de la identidad y del discurso de la metafísica del sistema poético del mundo, acaba mal nutrido y propenso a morir de hambre.

En su diario Rabo de anti-nube Lorenzo Vega parodia a la hora final el «artista del hambre». Al sentirse cerca de la muerte, evoca un guiño a sus interlocutores: la admiración por el escritor no es lo importante, más importante será la aversión, el vómito, el cual se contraponga y niegue el acto de alimentar la tradición.

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