La némesis maravillosa del Sr. F

Por: La Máscara Negra

Estaba solo en el umbral de la muerte, cuando la muerte se encimaba para arrebatar la última gota de dignidad. Pero la muerte tardaba más que nunca en llegar. Al Sr. F, en medio de aquellas penurias, se le ocurrió hacer muecas de más, porque había aprendido que hacerlas, viendo a sus nagues, podía soportar el peso de la enjundia. El trineo desbocaba, la salsa y el merengue corrían en la puerta de la pubertad. A llorar, comenzó el concierto de la libertad.

La ansiedad seguía, pero, para combatirla, el sr. F se propuso contar estrellas, como contar todas aquellas serpientes de la biblioteca dragón aullando del dolor. ¡Ahí, no puedo!, el sr. F se mostró entusiasmado con la idea, pero la memoria ridiculizó de tal modo la esperanza cobrando una galerada de efecto abominable. Sr. F bailó y por fin cagó. La mierda olía a presidio nervioso. La némesis germinó.

El amigo puso el panda y aparecieron los animados de pantangruey, mostrando su alegría y acomodándose en el sofá dispuesto a disfrutar del espectáculo, pero, en ese momento, el Sr. F apagó el panda alegando que era muy tarde para verla, la cercanía de la bondad, y que, si lo sabía el comisionario se enfadaría.

Como otros amigos seguían sin venir, Sr. F quiso llamar al móvil del opresor para saber por qué tardaban tanto, pero el amigo dijo que, si lo hacía, le robaba la cena, el manjar. Aquella flotante batea era el lujo de la disparidad.
Al cabo de un tiempo, llegaron otros secuaces. El motivo de la tardanza era traer un dulcecito, que llenó de alegría a los demás, pero el correligionario quiso aguar la fiesta diciendo que el dulcecito era solo para él.

El sr. F dijo que el dulcecito era de todos y al amanecer iba a llorar. El éxtasis no se hizo esperar, y F brilló. Radiante como la uva, guardó la esperanza de tener un día un minuto de fama, pero el hueco se lo impedía porque era tan ancho como profundo: donde la némesis germinó.

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