El negro y la religión del músculo

By: Ego de Kaska

Los griegos clásicos tenían razón. Perfilaban una sociedad compuesta de hombres y mujeres perfectas.
Cultivaron el culto al músculo: la primera gran antropotécnica física. Desde entonces el hombre no ha parado en desarrollar procedimientos técnicos para auto operarse y auto modelarse. La “región del músculo” creo la primera sociedad democrática del mundo y al mismo tiempo constituye el comportamiento “complejista” de la retórica de la impotencia.
El ego es el subproducto de esa religión atlética: estar en forma o no estar. Es la historia de la humanidad que yace oculta hasta nuestros días. Para evadir la cultura griega, la cultura del músculo, la cultura de la antropotécnica ascética, se han inventado cientos de religiones y modelos de comportamiento psíquicos, espirituales, filosóficos, científicos y retóricos. En fin, como lo observó Nietzsche en los ditirambos dionisiacos, la a guerra entre humanos se desliza a través de la desazón contra la cultura del músculo.

Al no ser por algunas historias geográficas y económicas, reflejo de ciertas cosmovisiones sobre el espacio en el cual se vive, el pensamiento intelectual cubano estaría condenado una heterotopía de la meditación lógica-imaginaria: creación discursiva pero alejada del lugar de la existencia humana.

Por ejemplo: la práctica discursiva en la ensayística y la crítica literaria cubanas formarían un sistema lingüístico, acción de palabras demandante del saber. Como exigiera en una ocasión José Martí a sus compañeros de contienda, “Hagan, que es nuestra forma de pensar”. Este enunciado de la acción sobre el pensamiento abrió las puertas a una performance declarada de los discursos (científicos, históricos, sociológicos, antropológicos) sobre la historia del pensamiento intelectual cubano hasta nuestros días.

Con ello se creó una clase social estandarizada dentro de Cuba: los detentadores del poder de las hipótesis y de las teorías del conocimiento en las universidades y las academias. Llámesele como se le llame, esta historia de la intelectualidad cubana demuestra, estrafalariamente, un encubrimiento: la teorización del legado de Carlos Marx contra la epojé (el pensar puro). En las conferencias sobre sociologías positivistas y escépticas, Varona, como anti-naturalista acérrimo, ponía en acción una sobredosis discursiva para refutar la inacción. Y Fernando Ortiz reconstruye en el Contrapunteo… la transculturación como acción cultural y etnológica. Sirvan estos dos ejemplos para vernos en el espejo de la corriente laudatoria, performativa y acrobática, de los discursos y las utopías.

Deberíamos avanzar del proyecto lineal del pensamiento (el discurso) a la concepción fenomenológica de la existencia en espacios concretos. ¿En qué ámbito espacial nos encontramos cuando estamos pensando? Para llamarlo con una metáfora de Sloterdijk, el hombre piensa la esfera, espacio y heterotopía del cuidado de sí como forma de existencia.

La hacienda ganadera cubana, aquel círculo real e imaginario para delimitar la propiedad agraria de cría de ganado y fuerza de trabajo esclavo, arrendatarios y aparceros en los siglos XVIII y XIX, constituía la esfera matriz para la existencia y la conquista del espacio. Sin embargo, las investigaciones históricas no conciben a las haciendas como espacio de existencia, sino como discursos y construcciones lingüísticas. Ramiro Guerra estaba poseído por la performance del discurso histórico. En Azúcar y abolición, por citar un ejemplo historiográfico de envergadura, defendió la viabilidad del colonato, la pequeña propiedad, como acción política, patriótica, nacionalista contra la geofagia latifundista, descuidando hasta qué punto el colono se viera identificado con la acción espacial del latifundio.

La culpa de que concurran las controversias sobre la existencia o no racismo en Cuba se debe a las especulaciones conceptuales de la antropología positivista y de la visión empirista de las ciencias sociales. Ambos modelos de compresión sobre lo humano ha unificado, en un círculo cerrado, el fenómeno racial como si fuese una entidad espiritual y psicológica. Pero la raza, apuntan es los naturalistas, es también un fenómeno de comportamiento biológico y natural con suprema independencia. Desde luego, contamos hasta ahora y lo que suplimos de nuestras demandas cognoscitivas sobre el tema constituye exclusiva antropológica basada en la absorción del rendimiento muscular de las etnias y los pueblos de raza negra. Cuando se dice “hay racismo” se pierde de vista el principio del rendimiento y la ascesis muscular como productividad cultural. Lo que ha llegado a ser una exigencia, un discurso sobre el racismo esconde en el traspatio de su formato político y sociocultural una petición de reconocimiento sobre esa ascesis. Lo que produce la cultura moderna como segregación espiritual a partir del valor del cuerpo se concreta a través de un relato que se vuelve imposible de expresar.

La raza negra, empleada en los trabajos forzados, ha mostrado, empíricamente, una forma particular de existencia en un lugar de la época moderna. Si con el trabajo sustentado en el rendimiento de la fuerza muscular la sociedad antigua entró una crisis espiritual, económica y beligerante, la época actual le sucede lo mismo. De ahí viene el estigma: el hombre de la raza negra pide que se le reconozca en la participación directa en esa crisis. Pero la antropología no esta interesada sino en el conceptualismo etno-discursivo de la explotación y la discriminación racial. Lo que ha ocurrido también en más de cinco siglos de historia sobre el racismo son las contradicciones étnicas dentro de la raza blanca, que se debate por lo antropológico y apuesta ser exclusivista para evitar que la historia se derrumbe ante los hechos de la ascesis muscular (asumo esto como una metáfora como rendimiento cultural, la cual permite corroborar que el siglo XX se presenta como la ejercitante en todos los órdenes de la cultura). Nos enfrentamos a un problema del fin de la historia o post-racial.

En Cuba hay una prueba histórica: Los Independientes de Color. Sobre este acontecimiento, la historiografía antes y después de 1959, constituye relatos vindicadores. El impulso que se dio a esta tendencia historiográfica queda plasmado en el texto El engaño de las razas de Fernando Ortiz. Por eso un libro reciente, bien documentado, La masacre de los independientes de color de Silvio Castro, no rebasa el plano positivista de los hechos políticos y sociales. La tendencia vindicatoria permite hace del fenómeno independiente de color un hecho racial. ¿Qué objetivos perseguían, en materia social y cultural, los independientes de color? Un testigo visual de la época, Gustavo Mustelier, quien escribiera una glosa en 1912, La extinción del negro, se apoyaba en el hecho del desgaste de la fuerza corporal y del hálito vital para evaluar el contexto de la guerrita. Su texto no estaba interesado en la reconstrucción de la historia del negro, sino en representación del lugar y la participación en la cultura. Observación que falta en los decibeles de la socialdemocracia actual.

Para decirlo en síntesis apretada, los independientes de color buscaban en la sociedad y la cultura el reconocimiento de un mandato olvidado: la participación simbólica del negro como potencia muscular y el rendimiento pragmático dentro del espacio inmediato. Si antes al cuerpo humano se le explotaba desde afuera para extraer el máximo rendimiento, ahora mismo cuerpo rendiría mucho más desde su propia voluntad. La voz del negro simboliza este giro que puede ser útil no para el contenido de las razas, sino para el ser humano en general en el siglo XX.

Sirva esta somera interpretación para adentrarnos en el fenómeno “racial” actual en Cuba. La fenomenología racial sigue siendo política y social. En un libro que ocupa la época republicana, El negro en Cuba, 1902-1958, Tomás Fernández reconstruye el pasado de la negritud cubana en términos de historia y de lucha de clases. De modo que no hay dudas de que los negros en Cuba formaban grupos, movimientos, partidos y se aglutinarán bajo firmas sindicales cuyas historias tuvieron un atractivo político para la Revolución del 59. Pero en este sentido, el negro se integra y se olvida del mandato Estenoz: “Somos parte de la fuerza de Dios, la palanca para mover la nueva historia”.

En un lugar del inconsciente, los negros cubanos llevan ese mandato. De ahí que tengamos la metáfora del cubano musculoso.

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