Por Waldo González López
Ante todo, subrayo que esta fue la primera vez que pude leer el más conocido libro de Oriana Fallaci: «La rabia y el orgullo», cuando —recién llegados Mayra del Carmen y yo a Miami, el primero de julio del 2011— mi cuñado Osvaldo Hernández, tras hablarme con entusiasmo de él y recomendármelo, me lo prestó.
Luego, lo conseguí en una librería (no recuerdo cuál), lo releí, disfruté y subrayé no pocos párrafos, como suelo hacer con los libros de consulta.
A propósito del ataque perpetrado a Israel sorpresivamente en octubre pasado por el grupo terrorista Hamas, con el terrible saldo de más de mil 400 víctimas, recordé el esencial texto, lo busqué entre los numerosos volúmenes de mi Biblioteca del Exilio, y le di la tercera y honda lectura, para comprobar su actualidad, pues no pocos de estos cobardes hechos me recordaron al igualmente trágico y cobarde ataque perpetrado contra las Torres Gemelas.
Y parece que coincidimos varios de quienes leímos el esencial libro de la Fallaci. Así, en la edición del semanario «Libre», del pasado ocho de noviembre, leí en la columna semanal del historiador Gustavo Sánchez Perdomo, residente en París hace décadas, su artículo «Rabia y razón, releer a Oriana Fallaci», donde corrobora la cultura política y la clara visión de la intelectual europea.
Desde el inicio de su análisis, Sánchez Perdomo no duda en afirmar el móvil antisemita del infausto ataque, del que, torpemente, se culpa a los israelitas, que son pacíficos y han mostrado su constante desarrollo, a diferencia de los “militantes” de Hamas, ratas llenas de odio.
Al contrario, miles de israelíes han corroborado su afán de constancia en la superación, por lo que no pocos lograrían alcanzar, desde la fundación del gran Estado de Israel, en 1948, los más altos niveles de especialización en diversas ramas del saber, como la obtención de varios premios Nobel en varios acápites, sobre todo en Economía: el rubro más alcanzado, como asimismo el de Literatura: Shai Agnon (1966); de la Paz: Menachem Beguin (1978), Shimon Peres y Yitzhak Rabin (1994).
Gracias a las doce personalidades meritorias del Nobel, Israel ostenta el duodécimo lugar de la lista de los galardonados con el Premio Nobel per cápita, una muestra más de lo rigurosa y decidida, emprendedora y exitosa que es la comunidad israelita.
A diferencia de estos, los canallas de Hamas jamás han intentado superarse y, apenas, se mantienen en el pantanoso terreno de la envidia, el odio, el rechazo y el expreso deseo de eliminar la ejemplar ciudad de Israel, como su historia y cultura.
Por otra parte, en la edición del pasado 22 de noviembre del propio Semanario «Libre», otro analista: el historiador Adalberto Sardiñas Cruz, subrayaría en su columna «Pinceladas», con plena razón, que existe, además, una enfermiza misión, motivada por un mal interpretado concepto religioso, totalmente divorciado de la razón, y dominado por una feroz violencia, que persigue la eliminación no solo del país como nación, sino del judaísmo y a la persona judía como ser humano. En consecuencia, la guerra fría ha subido de tono. Se va calentando con perspectivas peligrosas. El Medio Oriente, por sus peculiaridades geopolíticas, es potencialmente el polvorín que pudiera producir la explosión que todos tememos.
Ostensiblemente, esa obcecada fanática obsesión árabe-palestina, carente de pragmatismo lógico, ha sido la barrera impenetrable para el logro de una paz estable entre estos dos vecinos. En una incomprensible diatriba, muchos países del tercer mundo se han manifestado contra Israel. Entre ellos, tres en América Latina: Bolivia, Colombia y Honduras. Sin embargo, el popular presidente de El Salvador, Nayib Bukele, descendiente de palestinos, declaró que, en su opinión, lo mejor que pudiera pasarles a los palestinos sería la completa desaparición de Hamas.
Mas, el propio Sardiñas aclara en ese mismo artículo que el judaísmo no es una religión más, sino la relación cultural esencial en la que se articulan los postulados morales de Europa, América y las grandes sociedades de la civilización occidental. Omitir estas observaciones u olvidarlas sería una injusta forma de negar nuestros orígenes culturales. Occidente, por cuestiones de intereses ligados a las monarquías árabes y sus enormes reservas petroleras, o por cualquier otra razón, no debe ser indiferente a la suerte de Israel.
¿QUIÉN ES ORIANA FALLACI?
Nacida en la Florencia de 1930, se educaría en su familia antifascista, siguiendo el ejemplo de su padre, uno de los líderes de la lucha contra Il Duce, Benito Amilcare Andrea Mussolini (1883-1945).
Notable periodista y escritora, Fallaci se caracterizaría por mostrar en sus libros, así como en sus artículos y crónicas, un estilo muy personal que roza la provocación, siempre controversial.
Autora de entrevistas a los líderes políticos contemporáneos de mayor renombre, desempeñaría un vasto trabajo como corresponsal de guerra. Su producción aleja al lector de la indiferencia debido a sus planteamientos radicales y definidos.
Colaboradora de publicaciones como Il Corriere della Sera, Le Nouvel Observateur, Der Stern, Life, The New York Times y The Washington Post, fue, asimismo, corresponsal de guerra: cubrió los principales conflictos de nuestro tiempo, incluyendo Vietnam, las revoluciones latinoamericanas (Brasil, Perú, Argentina, Bolivia, como la Masacre de Tlatelolco en Ciudad de México, donde fue una de las únicas supervivientes tras ser alcanzada por disparos de la policía), Líbano y Kuwait. Fallaci se hizo célebre por sus desafiantes entrevistas con figuras poderosas como Willy Brandt, Lech Walesa, Moammar Gaddafi, Ariel Sharon, el Shah de Irán, Indira Gandhi o Deng Xiaoping. Fue la única persona en entrevistar al ayatolá Jomeini, a quien, en un momento que ha pasado a la historia del periodismo, lanzó con furia su chador tras hacerlo trizas. Terminó sus días amargamente decepcionada con la cultura occidental por fracasar ante el auge del Islam radical. Falleció el 15 de septiembre de 2006.
LA RABIA Y EL ORGULLO
En «La rabia y el orgullo«, dedicado «A mi padre y a mi madre, Edoardo y Tosca Fallaci, que me enseñaron a decir la verdad y a mi tío, Bruno Fallaci, que me enseñó a escribirla», corrobora con plena convicción lo expresado anteriormente y ahora recalco: su actualidad.
Por ello, con esta Nota al Margen, les propongo la lectura de este título decisivo en el que encontrarán su análisis del que ella llamara el Apocalipsis de Nueva York [el 11 de septiembre], que guarda estrecha relación con la peligrosa situación que acontece ahora en Israel y, por consiguiente, en el mundo, ante una tercera y ¿posible? Guerra Mundial.
En su introducción de 53 páginas (que es acaso otro pequeño libro, escrito en su autoexilio neoyorquino, en mayo de 2002), recalca: «[…] Por disciplina y coherencia, he permanecido callada durante todos estos años como un lobo desdeñoso, consumido por el deseo de destripar las ovejas, descuartizar los conejos. Así, dieciocho días después del Apocalipsis de Nueva York [el 11 de septiembre], rompí el silencio con el larguísimo artículo que apareció en un periódico italiano. […] Y justo cuando me preguntaba ‘¿qué hago?’, ‘¿qué hago?’, la TV me mostró las imágenes de los palestinos que, locos de alegría, celebraban la masacre.»
No conforme e impetuosa, se lanzaría contra el enemigo de la mejor forma que podría hacerlo: escribiendo y sacando a la luz conceptos y verdades que tenía guardados desde tiempo atrás en su cerebro. Lo que escribiría en aquellos días sería uno de los testimonios más brillantes leídos hasta la fecha por quien redacta esta nota, llena también de rabia por el inolvidable asesinato cometido contra la población de Israel por los asesinos de Hamas, quienes, como afirmara el Primer Ministro de Israel, pagarán por sus crímenes, por los más de mil inocentes muertos, a los que para colmo hay que añadir los más recientes cometidos por los asesinos en la víspera del cierre de la tregua coordinada.
En este tono, transcurre la inquietante lectura de la introducción y las restantes páginas de su esencial volumen, donde descubrimos el ímpetu de la Fallaci. Por sus cualidades, su libro se mantiene, desde su primera edición titulada en italiano «La Rabbia e l’Orgoglio«, y se mantendrá en este siglo y supongo que en el próximo, como un clásico del periodismo. Leamos lo que, reiterativamente, escribe en la página 27 de su introducción, donde acusa al verdadero culpable del odio a Occidente: «no es la parte visible del iceberg, la cumbre de la montaña: es […] Esa Montaña que no se mueve desde hace mil cuatrocientos años […] que no sale de las profundidades de su ceguera, no abre las puertas a las conquistas realizadas por la civilización, no quiere saber nada de libertad ni de justicia ni de democracia ni de progreso. Esa Montaña que, a pesar de las escandalosas riquezas de sus amos (acordémonos de Arabia Saudí), vive aún en una miseria medieval, vegeta aún en el oscurantismo y puritanismo de una religión que produce solamente religión. Esa Montaña que se ahoga en el analfabetismo (los países musulmanes tienen una tasa de analfabetismo que oscila entre el sesenta y el ochenta por ciento). […] Esa Montaña que, estando secretamente celosa de nosotros, secretamente seducida por nuestro sistema de vida, culpa a Occidente de las pobrezas materiales y espirituales del mundo islámico.»
Solo un poco más adelante, en la página 29, su voz acusadora recalca aún más directamente, como hablando con el lector, que la mediocridad y la envidia sobrepasan a los atacantes, llegando a otros países que llenan el mapa. Así, al sur de Afganistán está Pakistán, al norte se hallan los Estados musulmanes de la ex Unión Soviética, al oeste Irán. Junto a Irán, está Irak; junto a Irak, está Siria; junto a Siria está el Líbano, ahora completamente musulmán. Junto al Líbano está la musulmana Jordania; junto a Jordania está la ultramusulmana Arabia Saudí, y al otro lado del Mar Rojo está el continente africano con todos sus países musulmanes. Su Egipto, su Libia y su Somalia, para empezar. Sus viejos y jóvenes que aplauden la Guerra Santa. Por ello, el enfrentamiento entre nosotros y ellos […] es cultural, intelectual, religioso, y nuestras victorias militares no solucionan la ofensiva de beligerancia islámica. Al contrario, la estimulan. La exacerban, la multiplican. Lo peor para nosotros está todavía por llegar.
Y, por fin, adjunta, con su visión experimentada: «[…] las mezquitas que en toda Europa florecen a la sombra de nuestro (vuestro) olvidado laicismo y de nuestro (vuestro) pacifismo hipócrita y desubicado están llenas de terroristas o futuros terroristas.»
Apenas a unas pocas líneas, su acusación es, si cabe, aún más directa, al subrayar con pelos y señales, que «los terroristas más peligrosos suelen estar en posesión de pasaportes reglamentarios y renovados por las autoridades europeas, carnés de identidad y permisos de residencia expedidos con gran generosidad por los ministros europeos del Interior o de Asuntos Exteriores…» Y no olvida otro aspecto esencial: el desprecio con el que los musulmanes [mal]tratan a las mujeres.
Sobre el hoy más que nunca odiado Estados Unidos, su “patria del exilio”, afirmaría con razón que es la nación más fuerte del mundo, la más rica, más potente, más moderna, más capitalista [causas por la que casi todos], los otros han caído y todavía caen en la trampa de su invulnerabilidad. Los americanos mismos. Y pocos comprenden que su vulnerabilidad nace precisamente de su fuerza, su riqueza, su potencia, su capitalismo, su modernidad. La vieja historia del pez que se muerde la cola. Nace también de su liberalidad, de su esencia multiétnica, de su respeto por sus ciudadanos y sus huéspedes. Lo prueban los veinticuatro millones de americanos y arabe-musulmanes.
Me imagino que a estas alturas, coincidirán con mi predilección por La rabia y el orgullo. El libro esta a la venta en Amazon. No dejen de adquirirlo.